29 mar 2011

Un nuevo tacto

Era oscuro. Muy oscuro para mi gusto, realmente. La verdad es que nunca me gustó la oscuridad. La detestaba. Le temía, aunque no sé por qué. La única forma que encontraba para escapar de esa inexplicable sensación era durmiéndome, pero esa noche estaba insomne. Un dulce pensamiento me rondaba y no dejaba que mis ojos se cerraran, aunque no divisaban nada en la penumbra.

Ojos azules, cabello castaño, piel blanca. La sonrisa de una deidad. El cuerpo de Venus. Era sencillamente perfecta. Y no salía de mi cabeza. De repente cerré los ojos -para imaginármela mejor- y súbitamente sentí sus labios sobre los míos. Unos segundos más tarde sentí su delicada piel cerca de la mía. El suave susurro de su respiración sobre mí. Y yo que no entendía nada, pero sabía.

Sus inocentes dedos rozaron mis labios. Era ella. Su mano sensualmente recorrió mi regazo. Era ella. Y sin mucho preámbulo apretó bruscamente mis muslos. ¿Era ella? Inmediatamente me acariciaba sobre mis short, y una relajante rigidez paralizó mi cuerpo. Nunca antes el tacto de mi mano había sido tan extraño para mí. Luego de eso dejé de escuchar su respiración. Mis suspiros in crescendo fueron tornándose en sutiles gemidos. Pasaron eternos segundos y su mano desconocida entró en mi short y me agarró con lujuria. Mis ojos y mi boca se abrieron al compás de un tímido jadeo. ¿Y si despertaba a alguien más? Continué. Mi corazón se aceleró. Mi respiración se alteró. Mi cuerpo se contorsionaba inexplicablemente en esa intransigente rididez. Empezaba a conocer el placentero tacto de esos dedos -y me agradaba-. De repente empecé a sentir un corrientazo que me subía por la espina, llegaba hasta mi nuca y se devolvía. Y ese corrientazo se desvió y bajó hasta mis entrañas. Hasta mi entrepierna. Algo salía de mi cuerpo y desembocaba en mi mano. Una contracción. Dos. Tres. Y mi corazón retumbaba en mi tórax. Muchas contracciones y un nuevo elemento...un nuevo tacto.

Después de esos infinitos segundos caí dormido, rendido en los sueños de mi placer. Al día siguiente me despierta la voz de mi mamá:

- ¿Por qué está toda húmeda tu cama?
- No sé.