- ¡Ricardito espérame! Ven acá, necesito que me hagas un favor.
Tan solo escuchar esa suave y femenina voz, Ricardo olvidó qué iba a hacer y para dónde iba. Ella siempre fue la fantasía platónica de su vida. Angélica, una de sus primas más cercanas, pero además la mujer más bella que habían visto sus ojos adolescentes. Volteó, mientras ella a paso rápido lo alcanzaba en ese pasillo. Mesoneros iban y venían. Allá, del otro lado se oía la música a todo volumen mientras toda la familia celebraba a todo dar. Entre tanto ajetreo, los ojos de Ricardo solo se concentraban en tres puntos de su prima: sus ojos castaños, su pronunciado busto asomándose por el vestido y sus pies entaconados. Sintió una helada gota de sudor recorriendo su espalda.
- S…s…sí, dime prima, ¿qué necesitas?
Ricardo tartamudeó al tenerla tan cerca, pero no había otra alternativa, la música tan alta hacía que le hablara al oído para que pudiera escucharla. Lo tomó de la mano y se lo llevó al final del pasillo mientras le explicaba qué necesitaba. Él no la oía y el falso intento de leerle los labios entre el ruido solo era la excusa para saborear sus labios carnosos con su mirada. Llegaron a un pequeño depósito lleno de cajas de vino, champaña y whiskey. Angélica cerró la puerta y toda la alharaca quedó afuera. Solo había silencio, olor a cartón, un tenue bombillo colgante y ellos dos. El corazón del joven Ricardo latía mil veces por segundo. Angélica se le acercó. Dos mil por segundo. Se inclinó sobre él. Tres mil por segundo.
- Necesito llevar dos cajas de esta champaña para la nevera que está en la cocina del salón – murmuró mientras señalaba la caja que estaba detrás de él- yo lo intenté sola y casi me quedo desnuda saliendo de aquí, ¿ves? – reiteró mientras señalaba sus senos al borde del precipicio-.
La erección de Ricardo fue instantánea. Una sonrisa en demasía nerviosa y manos frías. “Está…está bien pri...prima. Yo hago lo que tú digas”. En el rostro de ella se dibujó una sonrisa perversa, morbosa, mientras posaba un dedo sobre el pecho de su joven primo. “¿Sí?, ¿lo que yo diga?, lo que no entiendo es por qué estás tan nervioso. Ni que te hubiese traído aquí para hacerte algo malo”. La tersa mano de ella se posó sobre su rostro lo que, como un interruptor, hizo que se le escaparan esas tímidas palabras a Ricardo. Las dijo muy suave, pero entre tanto silencio y privacidad fue inevitable que Angélica las oyera.
- ¡¿Ah sí?! ¿”ojalá que sí”, dices? Mira, que no sabía que mi primito me tenía ganas –apretó su rostro y acercó sus labios a los de él, solo los rozó-.
- Tú…tú sabes que s…sí prima. Por eso me estás provocando.
- ¡Qué tierno cómo tartamudeas! ¿Te pongo nervioso mi cielo? ¿Y cómo dices que yo te estoy provocando? ¿Tú no respetas a tus mayores?
E inmediatamente Ricardo sintió el sabor a frambuesa del brillo de los labios de Angélica. Cerró los ojos y de solo tocar su lengua, suspiró profundamente. Tantos años esperando, tantos años fantaseando, tantos años espiando, tantos años masturbándose. Tantos años resumidos en un suspiro, en el sudor de su espalda y en sus manos que se posaron sobre su cintura y la acercaron a él. Ese beso fue el súmmum de todos los placeres reprimidos. Fue la ruptura del dique que contiene las prohibiciones infinitas.
Las manos de Ricardo bajaron el cierre de su vestido. Angélica se zafó rápidamente de su vestido mientras él la alejaba un paso para admirar sus tetas. Sus ojos brillaban de lujuria e incredulidad. Ella de solo sentir cómo la veía se mojó por completo. “No te imaginas cuántos años llevó soñando con esto”, murmuró mientras sus labios se dirigían al encuentro de esos senos perfectos. Los besó, los lamió, los mordió, los amasó y ella gimió en silencio y en bullicio al mismo tiempo. Sus almas hacían catarsis y sus corazones era pura actividad sísmica.
La prima deseada se alejó de su pequeño primo. Bajó sus pantys, le dio la espalda, subió su extensa falda y se apoyo sobre otras cajas. “No tenemos mucho tiempo primito, pero tenemos el tiempo suficiente para que me hag…”, Angélica no terminó de hablar cuando ya Ricardo había sacado su miembro lleno de ansias y la había penetrado. “¡Primo!”, gimió ella sorprendida e invadida de placer a medida que su pequeño primo empezó a embestirla con fuerza, con anhelo, con hambre. Ella sonrió de placer y se entregó por completo al tabú.
Cada embestida de Ricardo era más violenta. A medida que la hacía suya, lleno de morbo y lujuria, la sujetó por el cabello con fuerza mientras le gritó: “así querías que te cogiera ¿verdad? Tú también lo querías”. Ella se sorprendió por la pasión desatada de Ricardo. “Primo ¡por favor!, ¿tú no respetas? Ahora tratándome como si fuera una perra”. Ricardo sonrió nuevamente y le susurró “eres una perra ¿cómo esperas que te trate?”. Al mismo tiempo que oía estas palabras las embestidas se convirtieron en estallido, en contracciones simultáneas, en palpitaciones de infarto. “Eso, ¡eso!, acábame adentro. Lléname de ti”.
Eternos segundos de reposo antes de que ambos se reincorporaran. Entre jadeos y sonrisas maliciosas. Entre miradas y besos prohibidos. “¿No te da pena ah? ¿Y ahora con qué cara ves a tu tío Gonzalo?”, le dijo Angélica mientras besaba y acariciaba sin parar a su primito. Ricardo la vio fijamente a los ojos “¿Y tú, zorra? ¿Con qué cara ves ahora a tu marido en su noche de bodas?”. Los dos se rieron profusamente. Angélica abrió la puerta, mientras Ricardo cargaba las dos cajas. Él se dirigió a la cocina mientras ella buscaba a su esposo, allá, del otro lado del salón de fiesta, donde la familia en pleno celebraba la boda Gómez – Valenzuela.
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