16 ago 2011

Reflejo empañado


La angustia, la incertidumbre, la molestia, la impotencia. En realidad ya no podía sentir nada de eso. Era normal y costumbre. Eran las 6 de la tarde y un apagón dejó a Gabriela y unas ¿300? personas más, encerradas en ese vagón del Metro a mitad de camino entre La Hoyada y Capitolio. Costumbre, sí. Una especie de rebuzno colectivo y una voz septuagenaria al fondo: “qué raro, cuando no es pascua en diciembre”. 

Por los avatares del Metro, Gabriela no pudo elegir dónde ni cómo situarse en el vagón. Quedó parada de frente a la puerta casi con el rostro pegado del vidrio, sin mucha opción de movimiento. El día no podía terminar de empeorar, al parecer. Pero cuando uno cree que fue suficiente, la vida se encarga de demostrar que no es así. Unos minutos antes había tenido una fuerte discusión con su novio. Ella había ido a su oficina porque sabía que tenía que cumplir horas extra y así, solo como le tocaba quedarse en su trabajo, ella fue a visitarlo con uno de sus atuendos más sexy. Pronto tendría que estar de vuelta a su casa, en horario estelar de la ciudad, vestida como la propia zorra y ahora encerrada en un túnel. 

El estupor apenas estaba a punto de empezar. En medio de la oscuridad, el calor y la humedad; una mano dominante la abrazó desde atrás por su abdomen mientras otra mano insolente bajaba rápidamente a su entrepierna y transgredía la barrera de su diminuta panty. Simultáneamente un susurro rozó su oído izquierdo: “Sshh, quédese callada o le va a ir peor”. Gabriela sintió una gran indignación, estaba totalmente dominada y no podía hacer nada, no sabía qué podía ocurrir si gritaba. Pero a decir verdad, venía con ganas frustradas de la oficina de su novio y no quería averiguarlo tampoco. Sintió una onda de calor que subió desde su espalda a su nuca y de ahí hasta su cabeza. Se mordió sus labios.

Unos dedos gruesos y ásperos tomaron por completo los labios de su vagina y los abrió. Gabriela apoyó ambas manos de la puerta del vagón, cerró los ojos y se dejó llevar. No sabía por qué, pero un profundo impulso de lujuria la invadió y ella decidió ceder. Un dedo índice largo se posó sobre su clítoris y empezó a rodearlo. Al principio se sintió un poco incómoda por lo seca que estaba esa mano. Pronto eso cambiaría.

La respiración de Gabriela comenzó a acelerarse. Nadie los veía, pero le costaba mucho mantenerse tranquila y evitar gemir. Rápidamente un caudal de excitación invadió su entrepierna y el roce de esa mano desenfadada se hizo agua. El movimiento circular de sus dedos la estaba desquiciando. Lo único que podía hacer era respirar profundamente, con relativa pausa. Otra voz de una señora a su lado trató de aconsejarla: “Trate de mantener la calma señorita, si respira muy rápido va a hiperventilar y puede desmayarse. Ya vamos a salir de aquí”. Escuchó el amable consejo mientras una mano rugosa se posó sobre su hombro como señal de apoyo. Gabriela en medio de la penumbra sonrió maliciosamente. “Si supiera la doñita”.

Cuando ya su humedad desbordaba por sus muslos, la otra mano bajó e invadió su vagina desde atrás. Otros dos dedos gruesos y ásperos la penetraron violentamente. Ella cerró sus ojos con mucha fuerza, pero no pudo evitar soltar el último segundo de un gemido que debió ser alarido. La señora insistió “ay muchachita no le vaya a dar algo aquí. Quédese tranquila, ya vamos a salir de esta”. Al compás de ese comentario se escuchó una corta y disimulada risa de un hombre. Gabriela y el hombre que la masturbaba se burlaban de todos mientras gozaban.

Al compás de una penetración manual y un roce cada vez más acelerado, la respiración de ella, víctima y a la vez cómplice, se iba desbordando. Una mínima blusa era levemente estirada por sus dos rosados pezones, erectos al borde del éxtasis. El calor típico de esos apagones subterráneos se sumaba al calor que exhalaba su cuerpo. El sudor empezó a correr rápidamente por su piel. Entre sus muslos ya no se distinguía qué era transpiración y qué era lubricación. De repente la mano de su agresor dio un pequeño giro y pudo sentir cómo sus dedos alcanzaron su punto G. Otro leve gemido se escapó de sus labios. Ya le dolía morderse los labios. El orgasmo estaba cada vez más cercano.

Gabriela extendió su mano hacia atrás y apretó el miembro rígido del desconocido. Inclinó su cabeza hacia atrás y le susurró “penétrame”. Él posó sus labios sobre su lóbulo y con otro susurro respondió: “de verdad que eres toda una perra. Lo supe apenas te vi entrando al Metro. Pero no, no te lo mereces. Igual vas a acabar para mí”. Ella sabía que estaba comportándose como una puta y que la trataran como tal elevaba su morbo a cotas infinitas. Esas palabras detonaron su éxtasis y la hicieron estallar en un intenso orgasmo. Otro jadeo se escapó de su boca mientras sus piernas temblaban y las contracciones internas apretaban los dedos del misterioso hombre, que se jactaba mientras sentía a su mujer acabar.

Justo cuando las contracciones iban disminuyendo las luces se encendieron nuevamente y el tren retomó la marcha. Gabriela intentó voltear pero rápidamente un fuerte brazo se posó sobre su nunca bloqueándole el paso. Intentó ver a ese hombre en el reflejo del vidrio, pero estaba copiosamente empañado del aliento de su placer. No podía ver nada. “Estación Capitolio”. Gabriela tuvo que incorporarse, volvía a tomar curso la vorágine subterránea de la capital. Un fuerte empujón la sacó del vagón. Sus piernas, aún temblando, apenas la mantenían en pie. Estaba toda sonrosada y empapada en…cualquier cosa. Rápidamente volteó para tratar de ubicar a ese individuo. Pero el intento fue en vano. Capitolio a las 6 de la tarde no es el lugar adecuado para distraerse ni un segundo. Caminó de nuevo y decidió dirigirse a su casa, llena de intrigas y sensaciones encontradas. Se había entregado a un total desconocido, pero no se sentía culpable por ello. Le hizo sentir uno de los mejores orgasmos de su vida, pero ¿a qué costo?

Apenas entró en su apartamento, lo primero que vio en la oscuridad fue esa intermitente luz roja. Alguien había dejado un mensaje en su contestadora. Le extrañó muchísimo pues hacía mucho tiempo que no veía esa luz encenderse. “Tiene un nuevo mensaje de voz”, e inmediatamente identificó la voz de Fernando, su novio:

-          Mi amor, yo sabía que eras muy perra. Pero nunca imaginé que tanto. Sé que aún estás sintiendo ese orgasmo que te regalé en el metro. Prepárate, esta noche llego a terminar lo que comenzamos en ese vagón.

5 comentarios:

  1. <3 J* debería leer esto para mi xD *_* simplemente genial... como siempre... Me quito el sombrero, mi estimado

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  2. Abusas... en serio abusas jajajajajajaja creo q ya no le tendré tanta fobia al metro

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  3. jajajajajajajaja buenísimo!!!! hasta me excité.... Estoy pensando seriamente en usar el metro eventualmente, gracias por compartirlo. xD

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  4. Ya el Metro, no será lo mismo! *___*

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