La reunión familiar. La típica, eterna y monotemática reunión familiar. “¡Ay chica, pero cuánto has crecido! Yo te conocí cuando eras así, chiquitita”. Y al comentario lo sucedía una mirada de indiferencia y adjunta, una sonrisa diplomática. Sin embargo, esa indiferencia se convirtió en deferencia cuando Rosalba lo vio allá, en la otra esquina de la sala. Sí, Néstor era uno de esos que enfilaba la lista de “yo te conocí cuando eras así, chiquitita”, aunque, a decir verdad, no la conocía desde tan pequeña. Era amigo de sus padres desde hace unos años. Pero además de eso, Néstor era su profesor en la universidad y eso, últimamente, para ella se había convertido en una tilde de “interesante” sobre él.
Néstor la vio de lejos mientras masticaba un pasapalo. Asentó ligeramente la cabeza para saludarla, mientras alguien le hablaba de la crisis política del país, de los malandros, de la inflación. Ella sonrió efusivamente –sus mejillas también-. Él caminó entre la gente, se dirigió a esa otra esquina de la casa donde estaba ella. Pero no era a ella a quien buscaba, sino al sofá. Las conversaciones, las risas, los tragos, la música, el sonido del vidrio chocando en un brindis. Néstor tenía su mirada en todos lados y en ningún lado. Rosalba no, su mirada estaba prendada a él, lo miraba de arriba a abajo. No solamente su “profe” era muy interesante, sino que su presencia rompía la monotonía de esa reunión cíclica, soporífera, interminable.
Néstor la vio de lejos mientras masticaba un pasapalo. Asentó ligeramente la cabeza para saludarla, mientras alguien le hablaba de la crisis política del país, de los malandros, de la inflación. Ella sonrió efusivamente –sus mejillas también-. Él caminó entre la gente, se dirigió a esa otra esquina de la casa donde estaba ella. Pero no era a ella a quien buscaba, sino al sofá. Las conversaciones, las risas, los tragos, la música, el sonido del vidrio chocando en un brindis. Néstor tenía su mirada en todos lados y en ningún lado. Rosalba no, su mirada estaba prendada a él, lo miraba de arriba a abajo. No solamente su “profe” era muy interesante, sino que su presencia rompía la monotonía de esa reunión cíclica, soporífera, interminable.
Néstor eventualmente iba a toparse con esa mirada magnética. Volvió a sonreír levemente, asintió de nuevo, pero no apartó los ojos. Aunque Rosalba era una alumna más, pues, no era una alumna más. De todo el conjunto, se quedó escudriñando sus ojos a través de esos lentes negros de pasta que la hacían tan interesante. Para él, en realidad, porque tenía una especia de fetiche hacia las mujeres con lentes. Ella bajó su mirada solo para escribir un mensaje –o responderlo- desde el celular. “Seguro estará conversando con el novio, mejor me dejo de pendejadas”, pensó Néstor.
Y entonces el teléfono del “profe” suena, vibra y su corazón palpitó un poco más al leer “me encanta como se te ve esa chaqueta”. Con la cabeza dirigida al celular, él la vio de reojo hacia arriba. Su sonrisa era otra esta vez y empieza a escribir para responderle. Borra lo que escribe. Empieza otro mensaje, luego de “Rosalba…”, vuelve a borrar. Finalmente deja la pantalla en blanco mientras piensa “a ver, qué le respondo”. Pero no tuvo tiempo: llegó otro mensaje. “Néstor ¿a ti te parece que yo soy atractiva?, ¿que tengo buen cuerpo?”.
- ¡Joder! – pronunció en voz alta Néstor, mientras lo demás voltearon a verlo con curiosidad.
“Cierto que esto es un gentío, mejor sigo callado”, se reprochó y le respondió: “Sinceramente, Rosita, sí, eres una mujer muy atractiva”. Por alguna extraña razón ella sintió que tenía el control de la situación y no dudó en aprovecharse de eso. “Sí, me lo imaginé por la forma en que me miras cuando estás dando clase”. Néstor tenía mucho temple, pero eso no evitó que una gota de sudor bajara por su frente y replicó “¿Sí? ¿Y cómo se supone que te veo?”. Y ella: “¿tú crees que no me he dado cuenta? Apenas me volteo tú me miras de arriba abajo. Más de una vez te quedas viéndome fijamente mientras esperas a empezar a dar la clase”. Ya no era una gota de sudor la que bajaba por la frente de Néstor, era un torrencial de nervios y ansiedad.
Rosalba se dio cuenta, su sonrisa pícara la delataba y prosiguió: “¿Sabes qué he querido que pase siempre? Que mandes a todos a salir del salón, y que cuando yo esté saliendo me llames aparte. Tú cierres las puertas y me poseas ahí mismo, en tu escritorio, con desespero, con lascivia, con intensidad”. Néstor volteó rápidamente a buscar a los padres de la muchachita, como si acaso ellos estuvieran “oyendo” esa conversación. “Bueno Rosita, ¿quién dice que eso no podría ocurrir? Me lo dices como si no fuera a pasar nunca”.
- ¡Qué interesante! – pensó para sí, ella – Entonces vamos a subir las apuestas.
“Néstor, hagamos el amor aquí, hazme tuya de una vez”. Sus ojos se abrieron rápidamente y su trago se le resbaló de la mano. Afortunadamente solo cayeron hielos al piso porque ya se lo había tomado. Nuevamente, todos voltearon a verlo “¿y a este qué le pasa?”. Se jaló la chaqueta hacia abajo como si eso le devolviera la compostura y sostuvo el celular de nuevo: “¿Aquí? ¿Estás segura Ros? ¿Pero cómo? ¿Dónde? No es posible ahorita”. Y ella sonrió maliciosamente de nuevo moviendo la cabeza de un lado a otro incrédulamente: “No chico, hagamos el amor AQUÍ, en los mensajes. Lo hacemos enfrente de todo el mundo y nadie nos ve, ¿qué te parece? Dime, ¿cómo me lo harías?”
Entonces el tiempo se detuvo. Todo se puso en pausa. Nadie se movía. Néstor se levantó y se dirigió hacia Ros, Rosita, Rosalba. Le agarró por la cintura, la cargó, la llevó a la gigantesca mesa del comedor y la sentó al borde de la mesa. Abrió su camisa blanca de botones de un golpe. Con desespero abrió su pantalón y lo bajó de un tirón. Ella de solo ver eso empezó a gemir. “Sí, eso, tómame, poséeme, maltrátame”. La volteó solo para admirar su cuerpo semidesnudo: el hilo que separaba sus nalgas, su espalda desnuda y sin sostén y ahí, arriba a la izquierda ese tatuaje que tanto lo desquiciaba. “¿Qué esperas coño? ¿Que todos se den cuenta que me estás violando aquí?”. Y Néstor se acercó a ella por detrás, le jaló el cabello y le susurró al oído: “Nada, ahora sí vas a ser MI alumna. Mía, toda mía”. Rápidamente abrió su pantalón que ya no aguantaba la presión de su miembro erecto y palpitante. La agarró del cuello y recostó así sobre la mesa. Bajó su panty y la penetró sin miramientos, su humedad dio para eso y mucho más. Un estruendoso gemido pasó entre los oídos de sus padres, padrinos, tías, vecinos. “Así querías que te diera tu profe ¿no?”. Ya Rosalba no respondía, cualquier respuesta se ahogaba entre gemidos, sus manos apretaban el mantel de la mesa con ahínco, sus mejillas sonrosadas de la excitación. “Más, más, más”. Néstor la jala del cabello para alzarla levemente, desde atrás aprieta sus senos y se apoya de ellos para embestirla sin piedad. Sus gemidos –ahora gritos, ahora alaridos- rebotan como ecos de las paredes detenidas en el tiempo. Armonía errática de placer. “Profe, tú eres mi único profe, soy tu alumna, solo de tu propiedad. Haz conmigo lo que quieras”. Estas palabras elevaron el morbo de Néstor a cotas inimaginables. La volvió a jalar del cabello, la arrodilló frente a él, se masturbó ferozmente y acabó ahí, en su cara, llenándola de su esencia que sabía que la convertía en esa, SU alumna. Sonreía plácidamente mientras transpiraba y dejaba de gemir.
Y súbitamente el tiempo volvió a su curso lentamente, como una película que va de cámara lenta a pausa, y de pausa a rodar nuevamente. Néstor y Rosalba se miraban fijamente, todas las luces estaban apagadas y solo brillaban las dos pantallas de sus celulares. La frente de él sudaba sin parar, las mejillas de ella no ocultaban el rubor. Sus ojos se miraban fijamente, sin parpadeos. Pero inmediatamente habría de romperse este puente visual: ya era la hora de cantar cumpleaños.
Muy buenos tus relatos Simón. ¡Veo que estás muy entusiasmado, pues llevas ya tres entradas en menos de una semana!¡Sigue así! Estaré pendiente de recomendarte y de leerte. Un abrazo y enhorabuena por esta iniciativa.
ResponderEliminar