18 abr 2011

Arrancarte la inocencia

rotismo
Tu faldita va a caer entre mis manos. Y desde abajo, de rodillas, te veré mientras te desnudas para mí. Moverás tus caderas sinuosamente. Sé que eres virgen, pero también sé que la lujuria recorre toda tu piel. Ahora te voltearás, dejarás esas nalgas morenas a escasos centímetros de mis labios mientras te inclinas hacia adelante para quitarte los zapatos. Yo te levantaré la pierna hacia atrás mientras lentamente te quito esas medias de delicada tela. Se transparentan, puedo ver tus pies canela. Muerdo mis labios y trago un poco, estoy salivando mucho. Te incorporas nuevamente y acercas más tus nalgas a mi rostro. Puedo aspirar todo tu olor a hembra que pide ser poseída. Mis pulmones se llenan de tu esencia y mis ojos se cierran, mi cuerpo ya está dopado por tu aroma.


Yo seguiré ahí, de rodillas. Desde aquí te ves gigante y puedo apreciar cada rincón de tu cuerpo. Paulatinamente vas desabotonando tu camisa. Hazlo lento, cada botón que descubre un pedazo de tu abdomen aumenta mi excitación. Veo tu ombligo ahora, siento ganas de sumergirme en él. Me echo aire con la mano, quiero comerte primero con la vista pero me cuesta aguantarme. Cuando abres tu camisa en el pecho y no veo sostén en tu regazo, siento un fuerte vacío en mi estómago. Mi frente suda, entre tanta vestimenta este calor hace estragos en mí.


Me pongo de pie y me acerco a ti. Pero ocultas tus senos entre tus brazos como si estuvieran desnudos. Das un ligero paso hacia atrás, bajas tu mirada y muerdes tus labios con temor, como si estuviese a punto de reprenderte. Lo entiendo, estás acostumbrada a ello. Te dejo continuar, que la temperatura en tu vientre vaya ascendiendo a tu propio ritmo, sé que con solo verte y desearte tú te excitas más y más.


Finalmente tu pequeña camisa cae al piso desde tus brazos. Tu cuerpo es un espectáculo ante cualquier mirada. Tus pequeños pies, tus delicadas piernas, la entrepierna depilada, tus senos firmes, no muy grandes, no muy pequeños. Tus manos cuando sueltan la cola que sostiene tu larga cabellera negra que cae sobre tus hombros. Solo tus lentes de pasta blanca y una pequeña corbatita azul es lo que queda en contacto con tu piel.


Te acercas a mí y pones tus manos sobre mis hombros. Me miras con deseo y pudor. Tus manos, entre torpeza y nervios intentan quitarme mi ropa, pero no lo logran. Yo coloco mis manos sobre tus muñecas, miras rápidamente cómo te domino. Me enloquece tu mirada, es una mezcla entre ingenuidad y lujuria. Subo tus manos y te acorralo contra la pared. Cuando tu cuerpo choca contra la superficie dura de hormigón, del siglo 15, gimes, cierras los ojos y empiezas a sentir cómo mi lengua recorre tu cuello y va bajando hasta tus senos. Tus pezones se pierden entre mis labios, mientras mi lengua los recorre sin cesar.


Mientras recostada contra la pared, abres tus piernas y me miras. No pronuncias ni una palabra, solo gimes y respiras agitadamente. Me invitas a masturbarte. Mi mano derecha sigue apresando tus manos contra la pared, la izquierda baja al encuentro de tu clítoris palpitante, húmedo, colonizado ahora por mí. La conquista de mis dedos. Te volteo, te agarro por la nuca y te presiono contra la pared. Veo tus uñas color frambuesa mientras tus manos se apoyan de esos grandes bloques añejos. Mi mano izquierda continua masturbándote, la derecha se pasea por tus senos, los aprieta, los masajea, los disfruta. Volteas tu rostro y me invitas a besarte. Nuestras lenguas se funden en el eco de ese recinto medieval. Nadie nos oye a excepción, seguramente, de esa gran Virgen María que con sus brazos abiertos nos escolta en nuestro encuentro clandestino.


Te pondré de frente a mí nuevamente. Te diré que mires a la Virgen, eso es lo que dejarás de ser hoy porque serás para mí. Me arrodillo nuevamente y a la altura de tus senos ya empiezo a sentir otra vez el aroma que emana de tu humedad. Abres tus piernas instintivamente y yo me sumerjo dentro de ti. Saboreo tus jugos sin dejar escapar ni una gota, me arremango esta larga manga que tapa toda mi piel y entonces finalmente dos dedos míos entran en tu vagina. Eres mía. Vas a gemir como nunca lo has hecho en tu vida y el eco de este seminario me devolverá multiplicado por mil tu gozo.


Voy a seguir masturbándote y comiéndote para regalarte el primer orgasmo de tu virginal existencia para que descubras lo que es el placer…


En ese momento Amanda tuvo que dejar de leer, sintió que alguien se asomó al salón donde se había quedado sola desde hace un buen rato. Su cuerpo estaba febrilmente alterado y aún su piel morena no podía ocultar el enrojecimiento de sus mejillas. Se sumergió tanto en esa carta que no detalló su mano entre sus piernas que la masturbaba sutilmente. Su corazón latía sin freno. Se imaginaba que su primera vez iba a ser como la de cualquiera. Pero que fuera tan diferente le arrancaba los suspiros. Volvió a abrir el papel a medio doblar y se dirigió al último párrafo, no soportaba la ansiedad:


Te espero dentro de una hora en el último salón de oraciones, donde está la Virgen de la Medalla Milagrosa. Dejaré la reja abierta, a esa hora ya no hay nadie por ahí. Serás mía finalmente y podré arrancarte la inocencia.


Amanda respiró profundamente, nunca se imaginó que unas miradas sugerentes mientras la hermana Fernanda la reprendía a reglazos en sus manos, la convertirían finalmente en el objeto de su deseo. A medianoche la Virgen las escoltaría al umbral del placer.

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